sábado, 27 de marzo de 2010

La Náusea

Ayer terminé de leer La Náusea. No sentí ni la sensación liberadora de algunos libros ni el desprecio y las ganas de ignorarlos de otros. No era maravilloso, mucho menos agradable. Tampoco era un libro al que pudiese odiar de corazón, como a esos libritos inútiles de autoayuda en que un tipo se empecina en encontrarle tres pies al gato cuantas veces sea necesario para que todos entiendan. No era uno de los mejores libros de toda mi vida, ni de lejos; pero hace tiempo que no leía novelas. La última había sido, el año pasado, La Muerte en Venecia. Después de leerlo, tuve la sensación de que ya no quería leer novelas por mucho tiempo.

Aun así, lo leí. Lentamente, o bueno, lentamente durante cien páginas. Las únicas cosas criticables que le encontré, y que le encuentro hasta el momento, se basan en sensaciones, en impresiones subjetivas. Mejor dicho: en una. La que tuve al leer la página final. Era un final inesperado, pero no me liberaba. Tengo la mala costumbre de adentrarme en el personaje, de sentirlo, de intentar comprenderlo. Cuando llega el momento en que éste se libera y escapa de la obra, siento que debo estar ahí, entenderlo. Éste es el punto: No entendí a Antoine Roquentin. No entendí la sensación de su último momento. Dejé de ser el lector animoso por comprender su vida. Me sentí traicionado. No puedo comprender cómo es que el protagonista decide liberarse ¡escribiendo un libro de ficción! Busca su pasado, es cierto, pero no comprendo por qué no se lanza a la vida en lugar de ello. No comprendo por qué decide que escribir le daría un sentido pleno a su vida. ¿Por qué no sale de su casa, por qué no busca otras experiencias, por qué no explora la realidad, las emociones, por qué mejor no bailar, como Harry Heller cuando se lanzó al teatro mágico?

Es su decisión, es cierto, es algo individual. No lo comprendo, simplemente. Puedo decir que así ocurrió, que ha habido causas para ello, pero sólo lo entiendo de la misma forma en que se comprende un ejercicio de matemática o un algoritmo. No puedo evitar renegar cuando veo que eso ocurrió, que decidió adentrarse en un libro personal a adentrarse en la vida más allá de uno mismo. El existencialismo es un individualismo, al final de cuentas. No me había percatado tan fuertemente de ello sino hasta ahora. Ese final toma sentido. Aun así, no lo acepto. Leeré otro libro. Me quedan algunas partes en la cabeza: La discusión con el Autodidacto, la última conversación con Anny, el momento en que comprende la Náusea…

Recomendable, si se logra tolerar el individualismo de Sartre.

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